Nada como aprovechar la oportunidad de beber una cerveza bien helada y tomarme un descanso bajo el sol de “La Manzanillera”, una playa cerca de Tecomán.

La invitación vino para aprovechar el puente de los primeros días de febrero; fue algo que simplemente no pude resistir. Arena como si fuera amaranto, olas grandes y mucho ambiente fue con lo que me encontré a lo largo de los 3 días que estuve acampando en ese lugar.

La actividades fueron diversas. Disfrutamos jugando con un hacky sack en la arena, tomar fotos bajo el agua, tirarnos al sol, beber, fogata y demás, pero entre todo, hubo un juego que me llamó mucho la atención: “Guerra de Castillos”. Nunca lo había escuchado, pero fue algo muy ameno; paso a explicarles:

El grupo se divide en equipos. Se establece un intervalo de tiempo durante el cual cada equipo debe construir una estructura de arena de determinado tamaño (el mismo para todos). Terminada esta etapa, viene la fase dos, donde los equipos deben armarse de municiones… osease, hacer bolas de arena. El objetivo es obvio: destruir los castillos de los equipos contrarios con las bolas que hayas hecho; aunque claro, con ciertas reglas. En nuestro caso, debías ubicarte detrás de tu propio castillo y aventar las bolas de arena estando sentado.

Debo admitir que lo que mi equipo y yo construimos no parecía castillo (y menos comparado con los otros dos, que tenían arquitectos como miembros), pero todo se compensó con la artillería. Ixai y yo ya teníamos algo de experiencia en el ramo y creamos unas bolas que parecían piedras (tanto que había veces que las aventábamos, destruían y seguían tan intactas que todavía nos las aventaban de regreso). Lo malo es que eran tan pesadas que era algo difícil atinar a los otros castillos.

Estaría de más decir lo divertido que fue esto y ciertamente reviví mi niñez de cuando hacía bolas de lodo junto con mis primos para hacer guerras en casa de mi abuela. Se los recomiendo.

Aquí les dejo una foto de mi equipo y nuestro “Castillo”

Otro deleite fueron las historias junto a la fogata de una amiga rusa. Lo especial es que las inventa en el momento involucrando a todos los presentes (yo protagonicé la primera 😎 ) mientras narra detalles asombrosos. No cabe duda que tiene una imaginación fuera de lo común. Lamentablemente la fogata no duró mucho, pues no conseguimos suficiente leña y el alcohol se acabó pronto. A pesar de eso, el rato que ardió se llenó de risas y buenos recuerdos…

El costo fue alrededor de $600, entre comida, gasolina, casetas y estadía (ah, por que te cobran $40 por persona por noche por acampar ahí; claro, a cambio tienes palapas, baños y regaderas).

En resumen: diversión a un bajo coste; un viaje que volvería a repetir…

R01 out…